Por consiguiente, yo mismo me llamaba Pip, y por Pip fui conocido en adelante. La forma de las letras esculpidas en la de mi padre me hacía imaginar que fue un hombre cuadrado, macizo, moreno y con el cabello negro y rizado. A cinco pequeñas piedras de forma romboidal, cada una de ellas de un pie y medio de largo, dispuestas en simétrica fila al lado de la tumba de mis padres y consagradas a la memoria de cinco hermanitos míos que abandonaron demasiado pronto el deseo de vivir en esta lucha universal, a estas piedras debo una creencia, que conservaba religiosamente, de que todos nacieron con las manos en los bolsillos de sus pantalones y que no las sacaron mientras existieron. Éramos naturales de un país pantanoso, situado en la parte baja del río y comprendido en las revueltas de éste, a veinte millas del mar. Era un hombre terrible, vestido de basta tela gris, que arrastraba un hierro en una pierna. Un hombre que no tenía sombrero, que calzaba unos zapatos rotos y que en torno a la cabeza llevaba un trapo viejo. Un hombre que estaba empapado de agua y cubierto de lodo, que cojeaba a causa de las piedras, que tenía los pies heridos por los cantos agudos de los pedernales; que había recibido numerosos pinchazos de las ortigas y muchos arañazos de los rosales silvestres; que temblaba, que miraba irritado, que gruñía, y cuyos dientes castañeteaban en su boca cuando me cogió por la barbilla.
Los santos que nos alientan y acompañan 3. En la carta a los Hebreos se mencionan distintos testimonios que nos animan a que «corramos, con constancia, en la carrera que nos toca» 12,1. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas cf. Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y grial. Podemos decir que «estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios […] No tengo que acarrear yo solo lo que, en existencia, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Deidad me protege, me sostiene y me conduce» [1]. Esa ofrenda expresa una imitación ejemplar de Cristo, y es digna de la admiración de los fieles [2].
Época un buen clínico y me encantaba. Le admiraba. Y confiaba en él. Nos dimos la.
Es importante, embromar es básico. La edad. Es lo de aparte. Si hay. Divergencia de época, no es apremiante repetirlo a cada paso.