Esto me vuelve loca. Dios no quiere protegerme, o quiere atormentarme para que aprecie después mejor el bien que me destina. Si así no fuera, Dios hubiera hecho que yo me enterara de que la marquesa estaba en Madrid. El corazón no puede engañarme, el corazón me dice que cuando yo me presente a ella, cuando me vea
Levante amor a las bestias no es una generosidad heroica y franciscana; no. Es una simple ecuación afectiva; producto de una lógica experimental y justificada: todos mis dolores, mis íntimos dramas, la perpetua tortura de mi biografía se los debo a los hombres. En cambio, los animales nunca me han hecho daño. Uno de esos amigos de juventud, en esa edad de infancia espiritual en que individuo cree en la amistad, en el afecto inmortal y en la absoluto gratitud, majaderías sentimentales y poéticas de joven ingenuo que la Vida se encarga de desbaratar de un solo tajo. El era friolento. Yo tenía un abrigo. Por aquellos dulces días yo tenía una enamorada.
Es un vínculo. Acogedor y asentado. Que te. Abrace pausadamente, acariciando tu espinazo, es señal de familiaridad, unión y enjuiciamiento. Disfruta ese ósculo. Contigo y quiere que lo sepas.